No volvía a Europa desde el año2000.
Me sentía cómoda y relajada mientras caminaba durante jornadas enteras rememorando lugares especiales y descubriendo otros por las calles de Ámsterdam, Londres y París.
Grandes capitales por cierto donde, y a pesar de ello, no vi –ni sentí- ritmos urbanos frenéticos ni personas conectadas exclusivamente con sus aparatos móviles. Extraño.
Por fuera del resto de las experiencias placenteras, me preguntaba qué otros factores coadyuvaban al estado de gracia en el que me hallaba.
Víctima asumida de la deformación profesional, caí en la cuenta de que mientras caminaba podía ver lejos y limpio al final de las calles que recorría. Claro, no había cables aéreos y los circuitos publicitarios se circunscribían a zonas puntuales con una producción y mantenimiento impecable de los dispositivos.
El control remoto que tenemos en el cuello, más que hacer zapping sin registrar lo que estábamos viendo, focalizaba en una comunicación por vez logrando foco e internalización de cada pieza y mensaje.
Pero sobre todo, evitando la sensación estresante de agobio que suele producir el bombardeo de imágenes y caótica fijación de circuitos y dispositivos que acostumbramos sufrir sin darnos cuenta en nuestra benemérita ciudad.
Cada elemento cumplía con el objetivo con el que había sido concebido: impacto, lectura, comprensión y destaque en un contexto parecía único (sólo parecía ya que la cobertura se respeta pero sin perderse en un mar de estímulos, al final desdibujados por la sobreabundancia).
El efecto producido por esta estética urbana no era menor.
Un entorno ordenado, armonioso, limpio y cuidado serena los ánimos y ayuda a no neurotizarse con el vaivén citadino lógico e invitaba a prestar atención a cada mensaje.
Un capítulo aparte merecen las vidrieras de los negocios, lo dejamos para la próxima.
Y me quedo pensando… ¿será que ya en el siglo XXI aprendieron a cuidar y valorar lo que construyeron centurias de historia? (incluyendo al derecho de sus prójimos de disfrutar del aire y la arquitectura de calles y paredes seculares), ¿será que entendieron aquello de la “calidad de vida”?
¿Será que están orgullosos de sus ciudades?
Rocío Salas Alvarez
Directora de 4Desight
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