Y nosotros, cómo estamos comunicando?
Si bien es cierto que todas las ciudades y pueblos del mundo cuentan mudamente su historia hay algunas en particular donde mi sensación siempre fue que sus puertas, adoquines y piedras me hablaban.
Hace apenas unos días pude asombrarme y disfrutar de Estocolmo (la Venecia del Norte como suelen decirle y una de las Flores de Escandinavia).
Abierta al mar, elegante, dinámica y cálida. Construida sobre islas, los canales y puentes que las conectan dan marco a una arquitectura que da fe de que es una de las ciudades más lindas del mundo.
Además de hermosos y cuidados espacios verdes que disfruta todo el mundo, con museos diseminados en ellos, el Gamslat (la Ciudad Vieja -lugar de nacimiento de la Estocolmo original) y sus maravillosos e innumerables callejoncitos, nos cuentan –silenciosamente- historias a cada paso.
Pero a lo que voy no es el relato de un diario de viaje. Es la impresión por el mudo y rico contenido con que me sorprendió el museo del Vasa.
La historia se remonta a 1628 cuando se bota lo que se pretendía el buque insignia e invencible de la armada sueca y orgullo del monarca Gustavo Adolfo. Pero apenas lanzada al mar y sin haber podido completar ni siquiera 300 metros fue hundida por un fuerte viento hundiéndose –la nave más poderosa del mundo- frente a la mirada atónita de todos. Un claro desafío a la soberbia humana.
Ornada con 500 esculturas y tallas el tamaño, y el que fueron sus colores, son verdaderamente conmovedores y hoy, es el único barco en Suecia del siglo XII que se conserva.
No son necesarias explicaciones: la nave habla. Atisbando el interior y mirando los objetos de uso cotidiano nos cuenta la vida de los hombres ¿a bordo?. Ironías aparte, el Vasa fue rescatado recién 333 años más tarde y volvió a ver l luz. Los suecos, claramente orgullosos de su gallarda embarcación, construyeron una estructura que cubre todo el barco más espacios interactivos (como una reproducción de la sala de cañones cuyo piso se mueve como si estuviera flotando en el agua, o la posibilidad de- a través de una pantalla interactiva- fingier la posibilidad de haber evitado el naufragio).
Ya es casi un lugar común afirmar que estamos permanentemente comunicando, pero cuando con sólo detenerse frente a un objeto y éste transmite tan intensamente una historia, la de los hombres cotidianos, de a pie como se suele decir, y que contarla en Hollywood demandaría meses de filmación y millones de dólares de producción, cada peso/euro/dólar o la moneda que sea, invertido en la entrada a cualquier museo o en recorrer –y apreciar- una pequeña piedrita (adoquín de San Telmo por ejemplo, por qué no?) nos hace repensar nuestra cotidianeidad como profesionales y comunicadores.
Hasta la próxima.
Rocío Salas Álvarez. Directora 4 Dsight
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